Reflecting on Emotional Responsibility With Paola Sifuentes
written by #rebelgirl Paola Sifuentes
Once again I woke up with the shameful feeling that won’t stop reproducing in my sentimental life as a sort of deja vu. Where did I go wrong? Am I the victim here? Why do I keep putting myself in situations where I feel humiliated just for the fleeting sense of belonging? Worse than a hangover, this kickback lasts four days, until I see myself in the middle of a breakdown, that in my case is characterized by an uncontrollably yet unrecognizable weeping, nervous bulimia, social isolation, and depression.
I write this cause I would like to answer from objectivity, tenderness, and consolation those questions that arose in the middle of my grief, and that each time flagellate more and more. Where did I go wrong? I tried to show my feelings just as they are, and tried not to act from manipulation, disinterest, and guilt, as many of us tend to do in this digital era.
Am I the victim? Yes, but no. No, but yes. Only if I want to be. True, rejection is painful, but my consciousness now understands that it is my responsibility to deal with it in a mature, kind way, and that I have to acknowledge that a “no” doesn’t determine who I am, much less my worth.
Why do I keep putting myself in situations where I feel humiliated, just for the fleeting sense of belonging? Because is the way I learned to be valued, accepted, loved. Because those awkward situations are also the way I’m learning to unlearn. Because emotional maturity is a constant tug-of-war between me and my emotions. Because I am responsible for my affections, but not for those of others.
Lately, there is a lot of talk about emotional responsibility as a way to set limits and establish agreements that protect our feelings and emotional stability whenever we start dating or even just being friends with someone. But our (patriarchal) society has taught us to idealize love and people, stripping them of all reality that implies being human, and that translates into ephemeral but highly passionate interactions (because people, especially women and LGBTQ+ subjects, just like any other consumption object in late capitalism, are disposable).
Today’s logic of seduction is: the greater the uncertainty, the more interest in the person; the greater the expectation, the greater the ecstasy of the relational seal. And, although it sounds like this logic is proper and unique to sex-affective desire, over the years I’ve learned that it applies to friendships too.
But what if the other doesn’t want to play my game? What if they don’t answer my texts how I want them to? What if they don’t follow up with conversations about my interests? What if I scare them away with my crazy thoughts? And what if they’re uncomfortable with my true self but won’t say it to my face because they want to be kind?
What if, what if, what if… What if we dare to think that the other is a person too? That they have feelings, duties, needs, responsibilities, ideas, aspirations, insecurities, fears, traumas, mistakes, dreams, and EXPECTATIONS too. Expectations, expectations, truest bad of our generation.
I’ve come to learn that true emotional responsibility understands that our differences require communication because it recognizes the humanity in others and does not consider them disposable or adaptable to our desires. And we practice true emotional responsibility with others, but with ourselves too, because we’re the victims only to the point where we allow ourselves to feel bad about the actions, reactions, and comments of others, who also have no way of knowing everything that happens inside.
Recent conversations with friends, colleagues, my mom and my therapist have lead me to recognize and accept that, even when our intentions may be good (for instance, ghosting someone may seen like a good idea and last resource when the other won’t take a “no” for an answer), they still can cause pain. They’ve also taught me that honesty without empathy is pointless.
Leaving, ignoring, giving the silent treatment or disappearing aren’t productive ways of communicating what we are feeling, neither for the outside nor for the inside. And although I read that in an Instagram post, I like to carry it as a banner to all my relationships. Who knows, maybe it’s cause I’m a gemini. But this time I’m ok with the fact that the hurtful opinion, perhaps unconscious, of a friend, a heartbreak, the unconcern and sudden disappearance of my girlfriends in my life, say more about their personal way of survival than of me. In the meantime, I pledge to take responsibility of what I feel and make them feel, with my tools, in my wounds, and let us call a spade a spade.
THE SAME ARTICLE BELOW CAN BE FOUND IN SPANISH TRANSLATION:
La esperanza de las expectativas
Reflexionando la responsabilidad afectiva
Por Paola Sifuentes
Otra vez me desperté con la sensación de cruda moral que no deja de reproducirse en mi vida sentimental como una especie de deja vu. ¿Qué hice mal? ¿Soy la víctima? ¿Por qué sigo poniéndome en situaciones en donde siento que me humillo sólo por querer sentir que pertenezco un poco? Peor que una cruda por alcohol, esta me dura cuatro días, hasta que no puedo más y me quiebro en un llanto incontrolable como irreconocible que, en mi caso, se acompaña de bulimia nerviosa, aislamiento social y depresión.
Escribo este texto porque me gustaría responder(me) esas preguntas que surgen en pleno duelo, que me hieren y flagelan, pero ahora desde la objetividad, la ternura y el consuelo.
¿Qué hice mal? Intentar mostrar mis sentimientos como son y como se presentan y no desde la manipulación, el desinterés y la culpa, como muchos solemos hacerlo en esta era digital.
¿Soy la víctima? Sí pero no. No pero sí. Sólo si decido serlo en realidad. Que me duele el rechazo, es verdad, pero mi parte consciente ahora entiende que es mi responsabilidad lidiar con él de una forma madura y comprender que un “no” no determina quién soy ni mi valor.
¿Por qué sigo poniéndome en situaciones en donde siento que me humillo sólo por querer sentir que pertenezco un poco? Porque es la forma en que aprendí a ser valorada, reconocida, amada, y también es la forma en la que estoy desaprendiendo. Porque la madurez emocional es un constante estirar y aflojar. Porque soy responsable de mis afectos, pero no de los de lxs demás.
Últimamente se habla mucho de responsabilidad afectiva como una forma de poner límites y establecer acuerdos que protejan nuestros sentimientos y estabilidad emocional al momento de relacionarnos afectiva y sexo-afectivamente. Pero nuestra sociedad –patriarcal– nos ha enseñado a idealizar el amor y a las personas, despojándoles de toda realidad que implica el ser humano, y que se traduce en interacciones efímeras aunque sumamente pasionales (porque las personas, en especial las mujeres y sujetos de la comunidad LGBTQ+, al igual que cualquier otro objeto de consumo en el capitalismo, somos desechables). La lógica de la seducción hoy en día es: a mayor incertidumbre, mayor el interés en la persona; a mayor expectativa, mayor el éxtasis del sello relacional. Y aunque suene a que esta lógica de pensamiento es propia y única del deseo sexo-afectivo, con los años he aprendido que aplica de la misma forma para relaciones de amistad.
¿Y si la persona resulta no ser partícipe del juego? ¿Y si no contesta mis mensajes como quiero? ¿Y si no me sigue la conversación sobre mis actividades favoritas? ¿Y si se mal viaja con mis chaquetas mentales? ¿Y si está incómoda conmigo pero no me lo dice por ser “amable”? Y si y si y si… Y qué tal si pienso que le otrx también es alguien con sentimientos, deberes, necesidades, responsabilidades, ideas, aspiraciones, inseguridades, miedos, traumas, errores, sueños y EXPECTATIVAS. Expectativas, expectativas.
La verdadera responsabilidad afectiva entiende que las diferencias requieren comunicación porque reconoce la humanidad en la otra persona y no la considera desechable o adaptable a nuestros deseos. Y la verdadera responsabilidad afectiva la practicamos con lxs otrxs, pero también con nosotrxs mismxs, porque somos víctimas hasta el punto en el que nos permitimos sentirnos mal por las acciones, reacciones y comentarios de lxs demás, que no tienen forma de conocer todo lo que pasa dentro.
Conversaciones recientes con mis amigxs, con mi mamá y con mi terapeuta me han llevado a reconocer y aceptar que aunque nuestras intenciones sean buenas (ghostear a alguien aparece como una buena idea y último recurso cuando la otra persona no acepta un “no” por respuesta), pueden generar dolor. También me han enseñado que la honestidad sin empatía no sirve de nada.
Marcharse, ignorar, dar un castigo de silencio o desaparecer no son formas productivas de comunicar lo que estamos sintiendo, ni para fuera, ni para adentro. Y aunque eso último lo leí en una publicación de Instagram, me gusta llevarlo como estandarte a todas mis relaciones. Quién sabe, quizá es porque soy géminis. Pero esta vez entiendo que la opinión hiriente, quizá inconsciente, de un amigo, un corazón roto, la despreocupación y desaparición de mis amigas en mi vida, hablan más de su forma personal de supervivencia. En el inter, decido hacerme responsable de lo que siento y les hago sentir desde mi proceso, con mis herramientas, en mis heridas, al pan, pan, y al vino, vino.